SaQra, Letras y Pensamientos

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lunes, 5 de diciembre de 2011

¡Más indignados que nunca!

Colaboración de: Diego Puente Vallejo
¡Más indignados que nunca!

No hay un manual para realizar una protesta. Cada país y, dentro de cada uno de ellos, cada sociedad o colectivo humano tiene diferentes argumentos para protestar y diversas formas de hacerlo, pero sin duda, toda manifestación debe tener un fundamento y muchos argumentos.
El que ha salido a protestar recuerda que en sus tiempos mozos lanzaba una piedra con tanta indignación acumulada de tanto tiempo sin respuesta de un Gobierno de turno, la mayoría de veces.
Ecuador y Sur América vivieron jornadas de protestas feroces en los años 1998, 1999, 2000 por las políticas neoliberales que fracasaron en todo el territorio.
En Venezuela, el hambre era generalizada y el presidente actual, Hugo Chávez, pudo ejecutar un golpe de Estado que al final fracasó, pero que le dio una victoria en las urnas. Argentina y la debacle económica es otro ejemplo de que las recetas del neoliberalismo fracasaban y que la privatización constituyó el deterioro del aparato estatal. Ecuador afrontó la peor crisis de la historia. En las calles había violencia y el presidente Mahuad tuvo que salir disfrazado de enfermero en una ambulancia después de que su gobierno dejó que se congelaran los fondos de los ahorristas. En definitiva, el neoliberalismo y los banqueros, defensores de este sistema, quebraron las arcas públicas.
Pero este pasado doloroso vuelve y se posa en los países de Sur Europa (combina con Sur América). Los síntomas son los mismos que en el 98 y el pueblo pide cambios estructurales para solucionar una crisis económica y social no vivida desde el caos ocurrido en la Segunda Guerra.
Un grito indignado es lo que sucede en Francia, Grecia, Italia y sobre todo en España. Es un grito ensordecedor que reclama la instauración de la política participativa y sobre todo que se responsabilice a los banqueros de la crisis “que ellos crearon”, asegura el movimiento Indignado.
Pese al parecido americano del siglo pasado, el pueblo español ha adoptado otra forma de protesta. Según el pensador Pierre Bordeau esto corresponde  al hábitus y a la práctica social que son “producto de un sentido práctico, es decir de una aptitud para moverse, actuar y para orientarse según la posición ocupada”.
Pues bien, los amigos de España indican que desde el 15 de marzo de 2011, día establecido como el inicio del movimiento indignado, la Plaza del Sol se convirtió en un congreso permanente de los ciudadanos comunes. Varias carpas se instalaron para que se debatan propuestas de cambio. Los recortes en el presupuesto de educación o el aumento de impuestos que pretendía realizar el Gobierno de Zapatero eran discutidos con una celeridad y pasión por los manifestantes que contrastaba la lentitud del aparato burocrático de la Asamblea “políticamente legitimada como valedera”.
A medida que pasaron los días, la plaza se convirtió en una especie de casa grande. Ahí dormían jóvenes apasionados, padres, hijos, viejas locas y mendigos. Se crearon guarderías sociales y la comida se repartía en porciones equitativas. El movimiento trató de que no salgan figuras públicas que los representen ya que no se trataba de crear cuadros políticos ni querían caer, nuevamente, en esa democracia representativa que estaban combatiendo.
Este movimiento rompió con el hábitus que explica Bordeau. Destruyó la infinidad de actos de juego que están inscritos en el juego en estado de posibilidades y de exigencias objetivas. Rompieron, también, el contrato social con el cual se creó el Estado.
Federico Engels catalogó al Estado como el aparato que protege la propiedad privada y por ende a la clase que ostenta el poder y es dueña de esa propiedad. “Frente a la antigua organización gentilicia, el Estado se caracteriza en primer lugar por la agrupación de sus súbditos según divisiones territoriales”, decía el filósofo.

Pues ese Estado históricamente defendido por -usando términos marxistas- los burgueses, legitimado por la opinión pública que no es más que los agentes que se desenvuelven en el poder mediático y, actualmente, superestructurado por los banqueros es lo que intenta cambiar el movimiento indignado en todo el mundo.
Asombra la miopía de las grandes cadenas de televisión que hacen parecer a este proceso como un berrinche de jóvenes “locos, ecologistas e infantiles”. En Estados Unidos se producen arrestos masivos de protestantes que se toman las plazas emblemáticas y que exigen que los bancos paguen por la crisis económica que sumió a ese país en una especulación galopante.
En Francia sigue el movimiento, pero no están las cámaras. En España parecería que todo “está normal”, en Grecia no ha pasado nada, según las cadenas que se han volcado a un proceso más mediatizado y sangriento como el que ocurre en el norte de África.
Los Indignados, seguirán así hasta que se cambien la cosificación de las personas y del mundo entero.
La cosificación “se instala en la reconstrucción simbólica que hacen esos hombres de su vida material. Los seres humanos en el capitalismo, este es el diagnóstico de Marx, nos relacionamos como cosas, porque la racionalidad mercantil –el intercambio- ha fundamentado las relaciones humanas”.
Legítimamente correcta la protesta. Es apoyada por el soberano, mejor dicho, el soberano hace la protesta. Se encarga de una verdadera participación bloqueada por la élite económica del mundo que no dista mucho a la nuestra.
Recuerdo con tristeza las lágrimas de los jubilados, desempleados, madres de familia cuando hablaban indignados a las cámaras de los canales cuyos dueños fueron los banqueros que produjeron la crisis del país.
América Latina resolvió sus conflictos mediante la fuerza. Gobierno derrocado y políticos jugando con el poder para ver quién es el mejor cuadro. Europa solucionará sus problemas de diferente manera y es correcto. Han decidido ir por la vía “democrática” y respetan las elecciones programadas. Esperemos que esta fórmula funcione para que no se produzcan los desmanes que el FMI y el Banco Mundial lograron acá.
El neoliberalismo, programa emblema del Fondo Monetario Internacional, fracasó acá y parece que dejará huellas imborrables en la vieja Europa que fue conejillo de indias del experimento y ocasionó un movimiento, sobre todo de jóvenes, que llevan su grito indignado por el mundo y contagia más rápido que el virus AH1N1 la visión de un mundo menos cosificado, más humano y más justo.
¿Queremos que más banqueros controlen nuestro país? Yo no, ¿ustedes?