Colaboración de: Diego Puente
Vallejo
¡Más
indignados que nunca!
No hay un manual para realizar
una protesta. Cada país y, dentro de cada uno de ellos, cada sociedad o
colectivo humano tiene diferentes argumentos para protestar y diversas formas
de hacerlo, pero sin duda, toda manifestación debe tener un fundamento y muchos
argumentos.
El que ha salido a protestar
recuerda que en sus tiempos mozos lanzaba una piedra con tanta indignación
acumulada de tanto tiempo sin respuesta de un Gobierno de turno, la mayoría de
veces.
Ecuador y Sur América vivieron
jornadas de protestas feroces en los años 1998, 1999, 2000 por las políticas
neoliberales que fracasaron en todo el territorio.
En Venezuela, el hambre era
generalizada y el presidente actual, Hugo Chávez, pudo ejecutar un golpe de
Estado que al final fracasó, pero que le dio una victoria en las urnas.
Argentina y la debacle económica es otro ejemplo de que las recetas del
neoliberalismo fracasaban y que la privatización constituyó el deterioro del
aparato estatal. Ecuador afrontó la peor crisis de la historia. En las calles
había violencia y el presidente Mahuad tuvo que salir disfrazado de enfermero en
una ambulancia después de que su gobierno dejó que se congelaran los fondos de
los ahorristas. En definitiva, el neoliberalismo y los banqueros, defensores de
este sistema, quebraron las arcas públicas.
Pero este pasado doloroso vuelve
y se posa en los países de Sur Europa (combina con Sur América). Los síntomas
son los mismos que en el 98 y el pueblo pide cambios estructurales para
solucionar una crisis económica y social no vivida desde el caos ocurrido en la
Segunda Guerra.
Un grito indignado es lo que
sucede en Francia, Grecia, Italia y sobre todo en España. Es un grito
ensordecedor que reclama la instauración de la política participativa y sobre
todo que se responsabilice a los banqueros de la crisis “que ellos crearon”,
asegura el movimiento Indignado.
Pese al parecido americano del
siglo pasado, el pueblo español ha adoptado otra forma de protesta. Según el
pensador Pierre Bordeau esto corresponde
al hábitus y a la práctica social que son “producto de un
sentido práctico, es decir de una aptitud para moverse, actuar y para
orientarse según la posición ocupada”.
Pues bien, los amigos de España
indican que desde el 15 de marzo de 2011, día establecido como el inicio del
movimiento indignado, la Plaza del Sol se convirtió en un congreso permanente
de los ciudadanos comunes. Varias carpas se instalaron para que se debatan
propuestas de cambio. Los recortes en el presupuesto de educación o el aumento
de impuestos que pretendía realizar el Gobierno de Zapatero eran discutidos con
una celeridad y pasión por los manifestantes que contrastaba la lentitud del
aparato burocrático de la Asamblea “políticamente legitimada como valedera”.
A medida que pasaron los días, la
plaza se convirtió en una especie de casa grande. Ahí dormían jóvenes
apasionados, padres, hijos, viejas locas y mendigos. Se crearon guarderías
sociales y la comida se repartía en porciones equitativas. El movimiento trató
de que no salgan figuras públicas que los representen ya que no se trataba de
crear cuadros políticos ni querían caer, nuevamente, en esa democracia
representativa que estaban combatiendo.
Este movimiento rompió con el hábitus que explica Bordeau. Destruyó la
infinidad de actos de juego que están inscritos en el juego en estado de
posibilidades y de exigencias objetivas. Rompieron, también, el contrato social
con el cual se creó el Estado.
Federico Engels catalogó al
Estado como el aparato que protege la propiedad privada y por ende a la clase
que ostenta el poder y es dueña de esa propiedad. “Frente a la antigua organización
gentilicia, el Estado se caracteriza en primer lugar por la agrupación de sus
súbditos según divisiones territoriales”,
decía el filósofo.
Pues ese Estado históricamente
defendido por -usando términos marxistas- los burgueses, legitimado por la opinión pública que no es más que los
agentes que se desenvuelven en el poder mediático y, actualmente,
superestructurado por los banqueros es lo que intenta cambiar el movimiento
indignado en todo el mundo.
Asombra la miopía de las grandes
cadenas de televisión que hacen parecer a este proceso como un berrinche de
jóvenes “locos, ecologistas e infantiles”. En Estados Unidos se producen
arrestos masivos de protestantes que se toman las plazas emblemáticas y que
exigen que los bancos paguen por la crisis económica que sumió a ese país en
una especulación galopante.
En Francia sigue el movimiento,
pero no están las cámaras. En España parecería que todo “está normal”, en
Grecia no ha pasado nada, según las cadenas que se han volcado a un proceso más
mediatizado y sangriento como el que ocurre en el norte de África.
Los Indignados, seguirán así
hasta que se cambien la cosificación
de las personas y del mundo entero.
La cosificación “se instala en la reconstrucción simbólica que hacen
esos hombres de su vida material. Los seres humanos en el capitalismo, este es
el diagnóstico de Marx, nos relacionamos como cosas, porque la racionalidad
mercantil –el intercambio- ha fundamentado las relaciones humanas”.
Legítimamente correcta la
protesta. Es apoyada por el soberano, mejor dicho, el soberano hace la
protesta. Se encarga de una verdadera participación bloqueada por la élite
económica del mundo que no dista mucho a la nuestra.
Recuerdo con tristeza las
lágrimas de los jubilados, desempleados, madres de familia cuando hablaban
indignados a las cámaras de los canales cuyos dueños fueron los banqueros que
produjeron la crisis del país.
América Latina resolvió sus
conflictos mediante la fuerza. Gobierno derrocado y políticos jugando con el
poder para ver quién es el mejor cuadro. Europa solucionará sus problemas de
diferente manera y es correcto. Han decidido ir por la vía “democrática” y
respetan las elecciones programadas. Esperemos que esta fórmula funcione para
que no se produzcan los desmanes que el FMI y el Banco Mundial lograron acá.
El neoliberalismo, programa emblema
del Fondo Monetario Internacional, fracasó acá y parece que dejará huellas
imborrables en la vieja Europa que fue conejillo de indias del experimento y
ocasionó un movimiento, sobre todo de jóvenes, que llevan su grito indignado
por el mundo y contagia más rápido que el virus AH1N1 la visión de un mundo
menos cosificado, más humano y más justo.
¿Queremos que más banqueros
controlen nuestro país? Yo no, ¿ustedes?